BIBLIOTECA DE «LA NACION»

H. SUDERMANN

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EL DESEO

medallion

BUENOS AIRES

1909

Imp. y estereotipia de La Nación.—Buenos Aires.

Este libro, cuyo argumento es puro, como una corriente de aguacristalina, será, sin duda, apreciado en todo su valor por los lectoresde la Biblioteca de La Nación.

Sudermann, como todos los escritores de las razas del Norte, eshondamente intenso bajo la aparente sencillez de los temas quedesarrolla, que encierran curiosos y emocionantes casos de morbosidadesmorales.

En El Deseo, una de las mejores obras del novelista germano, la tramagira, principalmente, alrededor de tres personajes, y, en esencia,dentro del alma de una muchacha, de origen humilde, extraordinariamentedotada por la Naturaleza, mental y físicamente, pero a quien profundosdesequilibrios nerviosos, le forman una vida de tortura, mezcla depasión, de cariño, de iracundias y de bondades, predominando siempre unasensibilidad casi enfermiza, casi mística, para los impulsos y actosnobles.

Y, sugerido, provocado, proseguido por esa alma intranquila y sufriente,brota, crece y estalla el drama, lleno de dolor y de piedad.

EL DESEO


I

Un vivo fuego llameaba en el dormitorio del anciano médico.

Estaba él todavía en el lecho, y embargado por el sentimiento debienestar del hombre que ve terminada la labor de su existencia. Cuandose ha estado, durante medio siglo, sentado doce horas por día en uncabriolé de médico de campo, sacudido y zangoloteado por los guijarros ylos mogotes de tierra, bien se le pueden pegar a uno las sábanas algunavez, sobre todo cuando ha dejado su tarea a salvo en manos de otro másjoven.

Alargó y estiró sus miembros cascados y volvió a hundir en las almohadassu rostro gastado y amarillento, salpicado de ásperos vellos blancos,cual un viejo granito por el musgo de Islandia. Pero la costumbre, esaama imperiosa que, durante tantos años, fuera indispensable o no, lohabía sacado de su cama antes del amanecer, no le permitió descansar niaun entonces.

Suspiró, bostezó, se avergonzó de su pereza y tomó la campanilla puestaa su cabecera, en la mesa de noche.

Su ama de llaves, vieja ruina, tan canosa y destruida como él, aparecióen el umbral.

—¿Qué hora es, señora Liebetreu?—le gritó.

Al venerable r

...

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