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LA   SIRENA   NEGRA

  

EMILIA PARDO BAZAN

LA
SIRENA   NEGRA

NOVELA



MADRID
M. PÉREZ VILLAVICENCIO, EDITOR
REINA, NÚM. 33
1908

Es propiedad.
Queda hecho el depósito que marca la ley.


Tipografía de Archivos.
 

I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV, XVI, XVII, XVIII.

I

En la esquina de la Red de San Luis y elCaballero de Gracia, me separé del grupo quevenía conmigo desde el teatro de Apolo, dondeacabábamos de asistir á un estreno afortunado.Si hablase en alta voz, hubiese dicho «grupode amigos», pero, para mi sayo, ¿qué necesidadtengo de edulcorar la infusión? Espero noposeer amigo ninguno; no tanto por culpa delos que pudieran serlo, cuanto por la mía. Sialguna vez me he dejado llevar del deseo decomunicación, de expansión, de registrarme elalma y enseñar un poco de su obscuro contenido—ála media hora de hacerlo estaba corridoy pesaroso, según estaría un sacerdotehebreo que hubiese permitido á un profanotocar al arca de alianza.

Por lo mismo, me guardé de terciar en la polémicaque armaron sobre «la idea» de la obra.La tal idea es ya para mí una persona de todaconfianza: por sexta vez en este invierno laaprovecha un autor. Según los recitados, cantaresy diálogos de la zarzuelilla, la vida esbuena, la alegría es santa y los que no andanpor ahí chorreando satisfacción son unos porros.No sé por qué (acaso por efecto de ladiscusión trabada entre los del grupo, y queme golpeó en el cerebro con redoble de martillazossecos y ligeros sobre una placa sonora),la cuestión, en aquel momento, me preocupaba.Ningún problema, para el que vive, revestirámayor interés que este de la calidad dela vida.

Y, aunque preocupado, mediante la facultadde desdoblamiento que poseemos los meditativossensuales, no dejaba yo de notar unaserie de insignificantes circunstancias. Bajomis pisadas, la acera resonaba metálicamente.La noche era límpida; el frío, puñalero; y alabrigo del tapabocas de malla de seda, mi respiraciónse liquidaba en gotitas glaciales, humedeciendola barba. Se me ocurrió tomar uncoche; después opté por seguir andando. Elfrío duro me activaba el pensar, y en aquelmismo instante decidí plantearme yo el problema,aprovechando todas las ocasiones de caminarhacia su resolución, no en beneficio delgénero humano, sino para mi gobierno tan sólo.El «género humano» es el vocablo más vacíode sentido; no hay humanidad, hay hombres.Si algo se afirma del género humano, los hombresse encargan de desment

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